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Les Musiciens de Louvre

Iglesia de San Miguel - Estella-Lizarra

Domingo, 9 de septiembre de 2018 - 20:15h.
Precio: 12.00 €

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Dirección musical y violín solista
Thibault Noally

Primer violín
Thibault Noally
Claire Sottovia
Geneviève Staley-Bois

Segundo violín 
Bérénice Lavigne
Alexandrine Caravassilis
Laurent Lagresle

Viola
David Glidden
Pierre Vallet

Violonchelo
Aude Vanackère

Contrabajo
Clotilde Guyon

Clavecín
Laurent Stewart

Fundada en 1982 por Marc Minkowski, Les Musiciens du Louvre dan nueva vida a los repertorios de las épocas Barroca, Clásica y Romántica, interpretados con instrumentos de época.

En los últimos treinta años, la orquesta ha llamado la atención con sus reinterpretaciones de Händel, Purcell y Rameau, pero también Haydn y Mozart y, más recientemente, Bach y Schubert. También es bien conocido por tocar la música francesa del siglo XIX: Berlioz (Les Nuits d’été, Harold en Italie), Bizet (L’Arlésienne) y Massenet (Cendrillon), entre otros. Sus éxitos operísticos recientes incluyen Alceste (Opéra Garnier, París) y Orfeo ed Euridice (Salzburgo; MC2: Grenoble) y Armide de Gluck (Staatsoper de Vienne), Alcina de Händel (Staatsoper de Vienne), una Gala de Mozart por el trigésimo aniversario de la orquesta, Cuentos de Hoffmann de Offenbach (Salle Pleyel, París), Flying Dutchman de Wagner (Ópera de Versalles, MC2: Grenoble; Konzerthaus de Viena; Palau de la Música, Barcelona; Theater an der Wien), Lucio Silla de Mozart (Mozartwoche, Festival de Verano de Salzburgo y Musikfestbremen, donde la orquesta actúa regularmente desde 1995), Le Nozze di Figaro (Teatro an der Wien, Ópera de Versalles) o Don Giovanni (Ópera de Versalles).

En la temporada 2017-2018, la orquesta presentará a Bach en cuatro giras europeas (El oratorio de Navidad, Cantatas cantadas por Anne-Sofie von Otter, los Conciertos de Brandemburgo y la Pasión según San Mateo). En París interpretarán dos obras de Mozart (una con caballos): Réquiem, con Bartabas en La Seine Musicale, y Così fan tutte con puesta en escena de Ivan Alexandre en la Ópera de Versalles, que también se dará en una versión de concierto en Grenoble. Después de las Sinfonías completas de Londres de Haydn en 2010, las Sinfonías de Shubert en 2012 y Flying Dutchman de Dietsch y Wagner en 2013, la orquesta publicó Pasión según San Juan de Bach en abril de 2017.

Con el apoyo del Departamento de l’Isère, la Région Auvergne-Rhône- Alpes, el Ministerio de Cultura y Comunicación francés (DRAC Auvergne- Rhône-Alpes) y muchas empresas (Banque Populaire des Alpes, Deloitte, Air Liquide y A2A ... ), Les Musiciens du Louvre tiene un extenso programa educativo y de divulgación para promover la música clásica en el área de Auvernia-Ródano-Alpes.

Programa

Antonio Vivaldi
(1678-1741)
Concierto para cuerdas en do mayor, RV 116.
Concierto para cuerdas en mi menor, RV 134.
Concierto para cuerdas en sol menor, RV 156.

Las cuatro estaciones
Concierto n° 1 en mi mayor, op. 8, RV 269, “La primavera” (Le Printemps).
Allegro / Largo / Allegro
Concierto n° 2 en sol menor, op. 8, RV 315, “L’estate” (L’Été).
Allegro non molto - Allegro / Adagio - Presto - Adagio / Presto
Concierto n° 3 en fa mayor, op. 8, RV 293, “L’autunno” (L’Automne).
Allegro / Adagio molto / Allegro
Concierto n° 4 en fa menor, op. 8, RV 297, “L’inverno” (L’Hiver).
Allegro non molto / Largo / Allegro

Duración aproximada: 1 hora y 10 minutos.

Notas al programa

Pocos son los compositores de música clásica que están en el imaginario colectivo. Menos las obras que reconoce la inmensa mayoría de nuestra sociedad y aun menos los fragmentos de estas obras que están instaladas en la memoria de casi todas las personas con un mínimo cultural, más allá de que sean aficionadas o no a escuchar música clásica. El comienzo de la 5ª Sinfonía de Beethoven, el de la 40 de Mozart, el arranque de su Pequeña serenata nocturna o las obras que nutren una parte del programa de esta tarde, Las Estaciones de Vivaldi, están en la mente de todos. De éstas últimas, al menos el ritornello de la primavera es reconocible nada más comenzar a sonar.

Enfrentarnos a un programa de estas características puede entrañar, y aquí hablo por propia experiencia, una cierta sensación de alarma: “otra vez las cuatro estaciones”. Llegado a este punto no me queda otra que hacerles, algo avergonzado, una confesión personal. La última vez que escuché estos conciertos en directo, también en esta Semana de Música Antigua de Estella, antes de entrar cometí la insensatez de pensar que quizá era mejor darme un paseo por las apacibles calles de esta bonita ciudad que volver a escuchar, una vez más, unas obras que “me sabía de memoria”. Afortunadamente tuve que presentar el concierto y mi sentido del pudor me Notas al programa P impidió abandonar la Iglesia de San Miguel. Puedo decir que aprendí algo, o mejor dicho, que interioricé, espero que de una vez que para siempre, esa máxima que ya debía conocer: La música como arte cobra su completo sentido cuando se interpreta en directo.

Tenemos la suerte de vivir en un momento en el que la facilidad para escuchar cualquier obra, clásica o moderna, está al alcance ya no de un CD si no de un click. En cualquier lugar, a cualquier hora y tan solo con un terminal de teléfono móvil, puedo ponerme las estaciones de Vivaldi, Canto Gregoriano, la 9ª de Bruckner o el último éxito de O.T. Tiene sus ventajas, qué duda cabe, pero también encierra sus peligros. Por peligro me refiero al hecho de llegar a creer que la música, como arte, queda registrada como queda registrado un cuadro sobre el lienzo o una estatua sobre el mármol. Yo caí en él aquella tarde. Y no es solo cuestión de que no es lo mismo ver Las Meninas o El beso que una reproducción de ambas. Es que en la música ocurre algo que no ocurre con otras artes. La obra alcanza su total fuerza, su completo sentido únicamente en el momento en el que se producen los sonidos. Porque el compositor compone, pero deja abierta una ventana a la interpretación. La reproducción es solo eso (y nada menos que eso), una reproducción. No somos aristócratas del XVII con una orquesta a nuestro servicio para amenizar nuestras veladas, y, por lo tanto, poder escuchar música cuando queramos es una gran ventaja. Es también una ventaja poder disfrutar para siempre de interpretaciones magistrales por intérpretes de primera fila aunque ya no estén entre nosotros. Pero no podemos quedarnos solo ahí y perdernos la magia única e irrepetible que se produce entre el músico y el oyente en un concierto.

He destacado la palabra irrepetible con cursiva porque me conduce a otra reflexión. Las sensaciones, los sentimientos que nos despierta un concierto surgen como de la nada a partir del sonido, alcanzan su clímax en nuestra alma, a veces hasta hacernos saltar las lágrimas, y mueren, más o menos poco a poco (a veces podemos tener la suerte de que nos duren, al menos algunos coletazos, unas cuantas horas), una vez finalizado. Y ya está. Esa experiencia es irrepetible. Sé que jamás volveré a pisar el mismo cielo que sentí aquella tarde que me dio vergüenza abandonar la Iglesia de San Miguel. Pisaré otro. Porque, volver a escuchar Las estaciones de Vivaldi, esta vez interpretadas por De Musiciens de Louvre, supone abrirse de nuevo a Las estaciones de Vivaldi. Estar dispuestos a que nos vuelvan interpelar, a conmover, a hacernos sentir sin la necesidad de tener que repetir experiencias o sensaciones pasadas. Abrirnos a la novedad desde lo conocido. Todo un reto.

De Vivaldi se ha escrito mucho, y no nos detendremos por tanto en dar notas biográficas que se pueden encontrar con facilidad. Sacerdote, pelirrojo, a los 25 años se convirtió en maestro di violino en el orfanato veneciano della Pietà. Compuso, además de óperas y cantatas, más de 500 obras instrumentales, en su mayoría siguiendo el esquema del concerto, forma para conjunto instrumental que en su época ya había alcanzado un esquema consistente en 3 movimientos con una búsqueda de contrastes como principal característica. Contrastes tanto tímbricos, entre los distintos instrumentos, en intensidades, no solo por medio de suave o fuerte sino por oposición entre la masa orquestal, tutti, y el instrumento o los instrumentos solistas, o en tempi, del rápido presto al sosegado largo.

En el concierto de esta tarde escucharemos tres concerti para cuerdas y bajo continuo, los RV 116, RV 134 y RV 156, en los que el conjunto instrumental funciona como un todo sustentado sobre la base armónica del continuo, y Le quattro stagioni. Los cuatro conciertos de Las estaciones son en realidad cuatro conciertos para violín y orquesta de cuerdas con bajo continuo, es decir, presentan la particularidad con respecto a los anteriores de tener un solista. Fueron compuestos a comienzos de los años 20 y publicados junto a otros 8 en 1725 bajo el título de Il cimento dell’armonia e dell’inventione. En la misma colección hay otros tres conciertos cuyos títulos hacen referencias extra musicales: La tempesta di mare (nº 5), Il piacere (nº 6) y La caccia (nº 10). Vivaldi fue el único maestro italiano en cultivar asiduamente lo que llamaríamos después música programática, es decir, aquella que se mueve entre las concepciones estéticas generales y la voluntad de demostrar con la evidencia de una relación verbal y conceptual la fuerza semántica de la música instrumental, en este caso su poder de imitación a la naturaleza, en concordancia con la emancipación de la música instrumental ocurrida en el barroco. Por otra parte se puede decir que además de estos postulados propiamente estéticos y artísticos existieron otros de índole más comercial, pues los títulos extramusicales permitían de alguna manera hacer sobresalir las composiciones del anonimato entre la vasta producción de la época y destacar de este modo ante los editores y posibles compradores de las ediciones.

Por unos motivos o por otros, como a uno le gusta divagar e imaginar cosas, muchas veces he pensado si Vilvaldi, de entre esas más de quinientas composiciones, atisbó mínimamente al componer Las estaciones que iban a convertirse en unas de las obras más conocidas de todos los tiempos. Que al acompañar la partitura de unos poemas y a la música de unos rasgos descriptivos tan directos (la lluvia, la nieve, el ladrido del perro…) mediante la inserción en las partituras impresas de versos y comentarios explicativos, fue consciente de proponernos no solo la creación por medio de sonidos de imágenes naturales, sino la comunicación de sensaciones reales como las producidas por el frío de la nieve, el calor de la chimenea, la placidez de tener a nuestra mascota fielmente sentada a nuestros pies o el furor de una tempestad.

Seguramente a ninguno de ustedes que leen estas notas se le ha pasado por la cabeza la insensatez que se pasó por la mía hace unos años. Pónganse, pues, cómodos y déjense llevar por esta música que roza lo sublime dese la sencillez de una forma, el concerto, que Vivaldi fue capaz de escribir cientos de veces, cada una de ellas cargada de su propia genialidad.

Manuel Horno
Musicólogo

ORGANIZA

COLABORA

Iglesia de San Miguel · Iglesia de Santa Clara

 

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